jueves, 18 de agosto de 2016

La acción de la Iglesia: orar y predicar el evangelio. Parte 1

La palabra de Dios tiene poder en sí misma. Arroja luz, es penetrante como espada de dos filos y separa lo bueno de lo malo.
 El relato de la ascensión que nos brinda el Evangelio de Mateo culmina con una hermosa y alentadora afirmación:

“…Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén”.

            Es interesante observar la actitud de “ellos”, los discípulos que, salieron y predicaron por todas partes, mientras que el Señor les ayudaba y confirmaba la palabra con señales.
Esta palabra tiene vigencia hoy y debe fortalecernos en el trabajo de la extensión y predicación del Evangelio. Más tarde, en el libro de los Hechos, encontramos varias ocasiones en que se nos refiere la relación entre la oración y la predicación.
Al principio se nos relata que, según las indicaciones de Jesús, los discípulos estaban  reunidos unánimes esperando la Promesa en oración.
Cuando los Apóstoles tuvieron que resolver el problema de las diferencias en la atención entre las viudas hebreas y griegas, ellos definieron claramente su ministerio apostólico y al mismo tiempo la unión que existe entre la oración y la predicación cuando dijeron:
“Y nosotros persistiremos en la oración y el ministerio de la palabra.” (Hch 6.4)

Cuando Pedro y Juan, después de ser liberados de la cárcel, relatan a los hermanos lo que habían vivido, una vez más unánimes oran pidiendo denuedo para predicar la palabra, y que el Señor la confirme “…haciendo sanidades, señales y prodigios”   (Hch  4.29-31). El Señor les concedió la petición.
            Desde luego que, a lo largo de los siglos, en innumerables ocasiones se ha predicado el Evangelio, o simplemente proclamado una Palabra de Dios, y ha habido frutos. Sin embargo,  sería una verdadera locura tomar la liviana actitud de dedicarnos a  predicar sin orar, ya que como la palabra de Dios tiene poder, no hace falta que oremos.
También debemos rescatar como válida e importante esa predicación espontánea que surge del espíritu y la hacemos sin pensar  ni prepararnos. Pero, insisto en que hay un tremendo y poderoso poder en la predicación cuando es respaldada por la oración.
  También el apóstol Pablo pedía a la Iglesia que ore por él y su ministerio de la Palabra:
 “…(oren) por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio…que con denuedo hable de él, como debo hablar.” (Ef 6.19-20)
Y, otra vez: “Por lo demás hermanos, oren por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre ustedes. (2 Tes 3.1)

Decimos que oración y predicación deben ir juntas, debiendo ser muy cuidadosos en evitar  que una prevalezca sobre la otra. Oración y predicación no deben provocar en la iglesia antagonismos o confrontaciones que pueden dar lugar a vanidad y divisiones.
Oración y predicación deben ir juntas, se potencian mutuamente y no deben separarse.
No es bueno que en la Iglesia algunos enfaticen la oración en desmedro de la predicación o viceversa. Tendremos que comprender que en el Cuerpo hay distintos dones y que los dones son para la edificación del Cuerpo. Todos son necesarios y deben  funcionar y desarrollarse en un mismo espíritu. El Espíritu es uno y todo procede de Dios, de manera que debemos ayudarnos y complementarnos y nadie debe decir al otro: “ no te necesito”, ni tener actitud de altivez o suficiencia erróneamente basado en que  lo que yo diga o haga es lo más importante desmereciendo a los demás.  

¿DÓNDE  DEBEMOS IR A PREDICAR?

“…Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se los permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas.
 Y se le mostró a Pablo una visión de noche: Un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos.
  Cuando vio la visión, enseguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio.” (Hch. 16.6-10)

  Está muy claro que debemos predicar el Evangelio a toda criatura, para lo cual tenemos que llegar hasta lo último de la Tierra, ya que el propósito de Dios es que todos lleguen a ser salvos. 
Pero,  en el pasaje citado, encontramos que dentro de este marco general de la predicación de la Palabra, es el Espíritu Santo el que dirige la Obra de Dios y la extensión del Reino.
Jesús les indicó con claridad, por donde debían empezar. En Jerusalén, en toda Judea y Samaria.
  Después de Pentecostés, es el Espíritu Santo el que toma el mando y va guiando la tarea. Por la dispersión, el Evangelio se extiende a Samaria. Felipe es llevado por el Espíritu al desierto para que le predique a un etíope, quién según la tradición lo llevó a su país. El Espíritu obró simultáneamente en Pedro mientras estaba orando y, respondiendo las oraciones de un centurión romano, organizó todo para que el Apóstol fuera a la casa  de Cornelio y abriera la puerta para la predicación del Evangelio a los gentiles.
Fue el Espíritu el que dijo: “…Apartadme a Bernabé y Saulo para la Obra a que los he llamado”. Así comienzan los viajes misioneros de Pablo, llegando a ese momento que registra Lucas en Hechos 16. Pablo estaba persuadido que debía ir para Asia, pero nos encontramos con la asombrosa oposición del Espíritu que les prohibió ir en esa dirección. El Apóstol no se dió por vencido e insistió pretendiendo ir hacia Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Por fin El Espíritu habla a Pablo en visión y le indica claramente que tenía que ir para Macedonia ¡Justo en sentido contrario a Asia donde Pablo quería ir!
   Entonces sí, Pablo entendió y prestamente obedeció al Espíritu Santo dejándose guiar por Él. No le fue mal. Enseguida se la abrieron las puertas en Filipos, y también las puertas de la casa de Lidia, que recién bautizada, los obligó a hospedarse en su casa. De allí siguieron viaje y las iglesias de Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso y demás ciudades hasta Ilirico, ubicada en la frontera del Imperio todo fue llenado con el Evangelio por el trabajo de este maravilloso varón de Dios y sus colaboradores.

En estos días en que nos aprestamos a extendernos y llevar la palabra a otros pueblos, que bueno será buscar y seguir la guía del Espíritu. Para eso debemos ponernos bajo la autoridad de Jesús y rogar para que el  Espíritu Santo nos guíe adonde Él tiene dispuesto que vayamos a predicar y con corazón dispuesto y sumiso dejarnos llevar.
 

No caigamos en el error de disponer por nuestra cuenta, basándonos en pensamientos humanos, prejuicios o intereses personales. Dejemos que el Espíritu Santo gobierne.
Primero oremos preguntando adonde debemos de ir,  tomemos un tiempo para poder escuchar la voz del Espíritu y entonces sí, con su guía y Soberana dirección vayamos a la Obra.

Nos va a ir bien.  

Por Miguel Ángel Singh  26/06/2016

Pubicaremos la segunda parte en próximos dias.