La palabra de Dios tiene poder en sí misma. Arroja luz, es penetrante
como espada de dos filos y separa lo bueno de lo malo.
El relato de la ascensión que nos brinda el
Evangelio de Mateo culmina con una hermosa y alentadora afirmación:
“…Y
ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando
la palabra con las señales que la seguían. Amén”.
Es
interesante observar la actitud de “ellos”,
los discípulos que, salieron y predicaron por todas partes, mientras que el
Señor les ayudaba y confirmaba la palabra con señales.
Esta palabra tiene vigencia hoy y debe fortalecernos en el trabajo de
la extensión y predicación del Evangelio. Más tarde, en el libro de los Hechos,
encontramos varias ocasiones en que se nos refiere la relación entre la oración
y la predicación.
Al principio se nos relata que, según las indicaciones de Jesús, los
discípulos estaban reunidos unánimes
esperando la Promesa en oración.
Cuando los Apóstoles tuvieron que resolver el problema de las diferencias
en la atención entre las viudas hebreas y griegas, ellos definieron claramente
su ministerio apostólico y al mismo tiempo la unión que existe entre la oración
y la predicación cuando dijeron:
“Y
nosotros persistiremos en la oración y el ministerio de la palabra.” (Hch
6.4)
Cuando Pedro y Juan, después de ser liberados de la cárcel, relatan a
los hermanos lo que habían vivido, una vez más unánimes oran pidiendo denuedo
para predicar la palabra, y que el Señor la confirme “…haciendo sanidades, señales y
prodigios” (Hch 4.29-31).
El Señor les concedió la petición.
Desde
luego que, a lo largo de los siglos, en innumerables ocasiones se ha predicado
el Evangelio, o simplemente proclamado una Palabra de Dios, y ha habido frutos.
Sin embargo, sería una verdadera locura
tomar la liviana actitud de dedicarnos a
predicar sin orar, ya que como la palabra de Dios tiene poder, no hace
falta que oremos.
También debemos rescatar como válida e importante esa predicación
espontánea que surge del espíritu y la hacemos sin pensar ni prepararnos. Pero, insisto en que hay un
tremendo y poderoso poder en la predicación cuando es respaldada por la
oración.
También el apóstol Pablo pedía a la Iglesia
que ore por él y su ministerio de la Palabra:
“…(oren) por mí, a fin de que al abrir mi
boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio…que
con denuedo hable de él, como debo hablar.” (Ef 6.19-20)
Y, otra
vez: “Por
lo demás hermanos, oren por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea
glorificada, así como lo fue entre ustedes. (2 Tes 3.1)
Decimos que oración y predicación deben ir juntas, debiendo ser muy
cuidadosos en evitar que una prevalezca
sobre la otra. Oración y predicación no deben provocar en la iglesia
antagonismos o confrontaciones que pueden dar lugar a vanidad y divisiones.
Oración y
predicación deben ir juntas, se potencian mutuamente y no deben separarse.
No es bueno que en la Iglesia algunos enfaticen la oración en desmedro
de la predicación o viceversa. Tendremos que comprender que en el Cuerpo hay
distintos dones y que los dones son para la edificación del Cuerpo. Todos son
necesarios y deben funcionar y
desarrollarse en un mismo espíritu. El Espíritu es uno y todo procede de Dios,
de manera que debemos ayudarnos y complementarnos y nadie debe decir al otro: “
no te necesito”, ni tener actitud de altivez o suficiencia erróneamente basado
en que lo que yo diga o haga es lo más
importante desmereciendo a los demás.
¿DÓNDE DEBEMOS IR A PREDICAR?
“…Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por
el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia,
intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se los permitió. Y pasando junto a
Misia, descendieron a Troas.
Y se le mostró a Pablo una
visión de noche: Un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a
Macedonia y ayúdanos.
Cuando vio la visión, enseguida
procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para
que les anunciásemos el evangelio.” (Hch. 16.6-10)
Está muy claro que
debemos predicar el Evangelio a toda criatura, para lo cual tenemos que llegar
hasta lo último de la Tierra, ya que el propósito de Dios es que todos lleguen
a ser salvos.
Pero, en el pasaje citado,
encontramos que dentro de este marco general de la predicación de la Palabra,
es el Espíritu Santo el que dirige la Obra de Dios y la extensión del Reino.
Jesús les indicó con claridad, por donde debían empezar. En
Jerusalén, en toda Judea y Samaria.
Después de
Pentecostés, es el Espíritu Santo el que toma el mando y va guiando la tarea.
Por la dispersión, el Evangelio se extiende a Samaria. Felipe es llevado por el
Espíritu al desierto para que le predique a un etíope, quién según la tradición
lo llevó a su país. El Espíritu obró simultáneamente en Pedro mientras estaba
orando y, respondiendo las oraciones de un centurión romano, organizó todo para
que el Apóstol fuera a la casa de
Cornelio y abriera la puerta para la predicación del Evangelio a los gentiles.
Fue el Espíritu el que dijo: “…Apartadme a Bernabé y Saulo
para la Obra a que los he llamado”. Así comienzan los viajes misioneros
de Pablo, llegando a ese momento que registra Lucas en Hechos 16. Pablo estaba
persuadido que debía ir para Asia, pero nos encontramos con la asombrosa
oposición del Espíritu que les prohibió ir en esa dirección. El Apóstol no se
dió por vencido e insistió pretendiendo ir hacia Bitinia, pero el Espíritu no
se lo permitió. Por fin El Espíritu habla a Pablo en visión y le indica
claramente que tenía que ir para Macedonia ¡Justo en sentido contrario a Asia
donde Pablo quería ir!
Entonces sí, Pablo entendió y prestamente
obedeció al Espíritu Santo dejándose guiar por Él. No le fue mal. Enseguida se
la abrieron las puertas en Filipos, y también las puertas de la casa de Lidia,
que recién bautizada, los obligó a hospedarse en su casa. De allí siguieron
viaje y las iglesias de Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso y demás ciudades
hasta Ilirico, ubicada en la frontera del Imperio todo fue llenado con el
Evangelio por el trabajo de este maravilloso varón de Dios y sus colaboradores.
En estos días en que nos aprestamos a extendernos y llevar
la palabra a otros pueblos, que bueno será buscar y seguir la guía del Espíritu.
Para eso debemos ponernos bajo la autoridad de Jesús y rogar para que el Espíritu Santo nos guíe adonde Él tiene
dispuesto que vayamos a predicar y con corazón dispuesto y sumiso dejarnos
llevar.
No caigamos en el error de disponer por nuestra cuenta,
basándonos en pensamientos humanos, prejuicios o intereses personales. Dejemos
que el Espíritu Santo gobierne.
Primero oremos preguntando adonde debemos de ir, tomemos un tiempo para poder escuchar la voz
del Espíritu y entonces sí, con su guía y Soberana dirección vayamos a la Obra.
Nos va a ir bien.
Por Miguel Ángel Singh 26/06/2016
Pubicaremos la segunda parte en próximos dias.